viernes, mayo 30, 2008

Big Bang


A veces parece que las órbitas de los mundos tienen vida propia. Vagan por el infinito del espacio atraídos por esa fuerza invisible de gravedad que los hace unirse a otros a su paso.

Pero no siempre giran al mismo ritmo, ni a la misma velocidad y lo triste de este viaje sideral, son los años luz perdidos en girar a destiempo por estar unidos al planeta equivocado. Y de repente, de nuevo fuera de órbita, a seguir ese girar errante que sólo cesa una nueva fusión estelar.

Mi mundo giraba y yo creía ser feliz. Aunque en el fondo, siempre sentí que ese girar era más rápido de lo que debía, haciendo que los días volaran y las estaciones se acortaran o alargaran a mi voluntad.

Atrayendo planetas de superficies tan diversas, algunos tan habitables que me pasaba un instante espacial que en tiempo terrestre era cercano a una eternidad. Pero siempre se acababa, nuestro girar era tan disperso que nuestras órbitas se repelían ante el riesgo inminente de colapsar.

Y me encontré de nuevo sumida en la negra vastedad del espacio que era mi hogar, convencida de que mi mundo y yo simplemente habíamos sido creados para eso, para girar. Girar sin rumbo, pero con dirección, girar sin esperar el ritmo de algún mundo más.

Y así alcanzando al fin la paz que da la armonía de tu realidad, mi mundo simplemente existía, y yo junto a él.

Pero las leyes no respetan circunstancias y la de la atracción es la más poderosa de ellas. Tú y tu mundo también existían y giraban. Y no importando estar en puntos opuestos del espacio, con toda su infinitud, nuestras órbitas se buscaron. Viajaron años luz bañados por lluvias de meteoritos, contemplando el nacimiento de supernovas y esquivando la frialdad y soledad de los hoyos negros.

El encuentro fue un espectáculo digno de ser observado por algún curioso en su terrestre telescopio. La danza de cuerpos celestes que viajan a la misma velocidad, en la misma dimensión.

Tu mundo y el mío, antes tan distantes, hoy se vuelven el mismo. Nosotros, solitarios habitantes cada uno del suyo, esperando aterrizar en terrenos sin explorar, pero con la emoción de saber que finalmente hemos encontrado nuestro hogar.


TANIA GUEVARA GUZMÁN
Colaboración Revista Especiales Junio 2008