miércoles, diciembre 26, 2007

LA ÚLTIMA NAVIDAD



Ha ido al espejo del baño de abajo. Se miró fijamente, suspiró y abrió la llave de agua caliente. Tomó del botiquín su navaja de afeitar y rió para sí al desechar la idea de usarla para algo que no fuese eso: afeitar, “¿quién limpiaría el desastre si no está ella?”. Tomó también la lata de espuma, la agitó y vertió un poco en su mano izquierda, a pesar de ser zurdo de nacimiento, toda su vida le había gustado usar ambas manos.

Untó la espuma empezando por sus mejillas, pasando por el bigote y el mentón arrugado. Siguió con las patillas y finalmente se cubrió la calva que aún asomaba unas cuántas hebras de cabellos plateados. Lenta y parsimoniosamente comenzó a afeitar su cara y cuando hubo acabado lo hizo con su cabeza, deslizando con suavidad la navaja y abriendo camino entre la espuma y su piel, como si a cada pasada se afeitara los recuerdos que le quedaban de ella y no las pelusas platinadas. Cuando hubo terminado recogió todo y lo volvió a su sitio. Gruesas gotas rodaban por los surcos de sus mejillas, las enjugó y salió del baño.

En su habitación tomó del perchero su mejor abrigo, lo vistió y cambió sus tibias pantuflas por sus zapatos de piel negros. Se perfumó con su mejor colonia, abrió la caja de habanos cubanos que usaría en sus bodas de oro, tomó uno y salió.

Entró a la sala donde una chimenea lo recibía, pero ni el fuego encendido lograba calentar su triste corazón añorante. En medio de las nochebuenas en macetas esparcidas por el lugar y de los adornos rojos y verdes alusivos a la temporada, resaltaban 2 coronas de flores de colores contrastantes con listones negros y blancos con mensajes de aliento. Un pino en un rincón de la habitación llenaba el ambiente con su esencia, no estaba desnudo, una serie de luces colgaba entre sus ramas, pero algo había interrumpido su ceremonia de gala y cajas con adornos fueron dejadas a un lado y había esferas rotas alrededor.

El viejo se dejó caer en un sillón, había dormido casi todo el día anterior pero el cansancio y el pesar no parecían abandonarlo. Fijó su mirada en el sillón vacío frente a él. Aún tenía la forma que amoldaba el cuerpo de ella cuando descansaba a su lado, cuando después de llevarle la taza de té de las 5, se sentaba en silencio a brindarle lo que mejor le había brindado a lo largo de esos 49 años: su compañía.

- Hablabas en serio cuando me decías que no querías hacer nada por nuestros 50 años, ¿verdad?
- Perdón viejo, yo qué iba a saber.
- Ay mujer, ni terminamos de adornar la casa.
- Sí caray, con lo que le gusta a los nietos venir a jugar con lo que ponemos.
- Ni hablar, qué le vamos a hacer. Mira, ya son las 5.
- ¿Quieres tu tesito?
- No, no, déjalo. Mejor préstame tu cobija, al fin que ya no la necesitas.
- ¡Ay, si serás tosco! A ver, deja te arropo. Ya estás, ahora duérmete, yo te despierto al rato si hace falta.
- Gracias mujer. Gracias.

Y cerró los ojos para sumirse en un sueño profundo que la tristeza no lo había dejado tener y que ahora era la tristeza misma la que lo causaba. Al verlo tan plácidamente dormido, su mujer decidió no despertarlo y mejor recostarse a su lado y volver a dormirse, ahora con él.


Tania Guevara Guzmán
(Colaboración Revista Especiales, edición Diciembre 07, pág. 46 y 47)


viernes, diciembre 14, 2007

● вяoωи єуєd gιяl ● dice:

me gusta desde tu aliento hasta tu sabor... y lo tibio de tu saliva y cómo enredas tu lengua en la mía

me gusta el dolor que tus dientes causan a mis labios... y el temblor de tus manos que impacientes me recorren

me gusta observar cada reacción de tu cuerpo a un simple roce... y deslizar suavemente mis yemas en el zurco de tu espalda

me gusta susurrar en tu oído cosas malas... y sentir tu respuesta en ese brusco tirón que das a mis cabellos

me gusta cómo caen gotas de tu sudor en mi cara... y sólo cerrar los ojos y sentir la única lluvia que abrasa

me gusta que después de esa tormenta llegue nuestra calma... y abra los ojos y sea tu rostro el que descansa sobre mi almohada

martes, diciembre 04, 2007

huele a Navidá...

Hace un par de horas alguien me decía (en pocas palabras), lo desahuciante que es el verte al espejo y saberte un adulto y no poder hacer nada contra ello. Yo pensaba así, durante tanto tiempo me rehusé a crecer y creo que aún lo hago, al menos mental y espiritualmente, digo, es ridículo tratar de impedirlo físicamente, a menos que seas Claire Bennet (ja, la traumada).

Y me leía a mi misma hace dos años y vaya cambios, la inteligente inmadurez que irradiaba, inteligente sí, pero al fin inmadurez. El mundo contra la indefensa de mi, los estereotipos que abundaban en mi cabeza creyéndome libre de mente y de pensamiento. El frío agujero donde elegía sumergirme, el daño que me causaba a mi y a quien estaba a mi lado.

Cosas de la edad, supongo. Por eso amo el crecer, porque yo soy maestra y alumna a la vez, porque las personas son el mejor pizarrón y la vida el libro que tú mismo escribes. Por quienes pasaron, por quienes están, por quienes aparentemente a distancia, están más cerca que nunca de lo que creí que pudieron estar.

Ya huele... y no sé si feliz, pero será diferente...



(diferente es bueno)