miércoles, julio 30, 2008

little chat with myself...


- A veces me siento un personaje de alguna mala novela o comedia con tintes dramáticos, de ésas donde abundan las situaciones ridículas y la gente mete un pedazo de cartón que separa sus mundos de aquél de ficción que se va creando conforme su vista abarca las letras ahí descritas; o de ésas donde esperas escuchar la grabación de voces para poner en movimiento esos 17 músculos del rostro acompañados de una estrepitosa convulsión que llamamos risa. Pero ¿y qué somos si no personajes?


- Y ahí vas como siempre pensando y sonando de esa forma tan irritantemente rebuscada... tus filosofías me vienen valiendo madre.

- No me hagas caso, ésa que habla era mi yo de ayer. Hoy no me siento personaje, hoy me siento creadora, una especie de semidiosa con el poder de hacer nacer bajo mi pluma y mis dedos como justo ahora.

- ¿Lo ves? De nuevo tus aires de megalómana, pero y siempre cuando estés creando, puedo soportarte lo que sea que quieras ser.


sábado, julio 19, 2008

Antídoto

Hace ya varios atardeceres que disfrutaba de la calma de los días soleados. Atrás quedaban las noches de negras tormentas y de truenos resonando con un eco cavernoso en lo más profundo de su mente. No más luces cegadoras ni relámpagos surcando los cielos de sus noches de aparente calma, ésos que tanto disfrutaba ver desde la ventana de sus ojos, asomándose a su mundo interior.

No quedaba huella de las pisadas en el suelo cubierto de arcilla, pues la lluvia se había encargado de lavar viejas heridas. Y aún entonces se preguntaba -¿es suficiente?-, porque una suave brisa no basta para borrar los vestigios de esas batallas libradas con la más acérrima de sus enemigas, ella misma.

Ahora descansaba en brazos firmes, posaba su cabeza en ese pecho amplio que subía y bajaba en forma acompasada y suave al ritmo de su respiración, y jugaba a poner su oreja justo en el punto donde, debajo de la piel, el corazón de él latía tan fuerte que a ella le parecía que en cualquier momento sus latidos traspasarían la piel. Y cerraba los ojos y se buscaba en ellos, y en cada “bum, bum” había un te quiero, un lo siento o quizás un beso.

Un nuevo antídoto corría por sus venas, uno al que a cada minuto se volvía adicta. Las dosis eran cada vez mayores; primero bastaba con verlo, jugaban a regalarse miradas furtivas que guardaban para los ratos de ausencia; pero la vista se colmó y la sustancia se les desbordaba por los ojos, y en forma de lágrimas invisibles se colaba por la comisura de sus bocas y hacía que intercambiaran palabras que tejían interminables con los hilos de sus sueños. Y los olores, ese olor que ambos desprendían cuando el otro se tropezaba con su vista fija. Un olor dulce que hacía que las narices les picaran y estallaran en risas. Su risa, cómo no enamorarse de su risa.

Y finalmente lo supo cuando su lengua entró en el juego. El antídoto se absorbía más rápido por tacto, y el sudor, potente catalizador, hacía las veces de conductor al bañar el cuerpo de ella de ese rocío que la cubría cuando una nube con forma de él, se posaba sobre su cuerpo desnudo, colándose en lo más recóndito de sus pensamientos, de sus ideas, de su ser.

Hace ya varios amaneceres que disfrutaba en la tranquilidad de sus brazos. Atrás quedaban las maldiciones, los frascos vacíos de falsos placebos y las promesas rotas de falsos profetas. Creía entender lo que era soñar con algo real, al fin podía sentarse a su lado, permitirse sentir y dejar de buscar.

Y mientras ella trata de vivir, al fondo, muy al fondo de su inconciencia, resplandecen los relámpagos rezagados por su antídoto, esperando cualquier momento para colarse en algún hueco y recordarle que los que nacen con una tormenta en el alma, mueren al menos alcanzados por alguno de esos rayos, no importando el cómo ni el dónde, muchos menos el quién.